En Riohacha estuve a principios de semana. No vi caimanes. No la asaltó (por suerte) ningún pirata. La ciudad mira al mar, pequeña y destartalada, alegre, como los colores de las mochilas o morralitos que los guajiros venden.
Camino de Riohacha me bañé en un río. ¿Y si ese río fuera el mismo a cuyas orillas soñó José Arcadio Buendía con esa ciudad ruidosa con casas de paredes de espejo que se llamó Macondo?